miércoles, 23 de octubre de 2013

Barreras invisibles

“¿Por qué hacer tal cosa? ¿Acaso valía la pena entregar tu vida a tan absurda razón?” Esas eran las primeras preguntas que surgían. Comunes y ajenas, burdas y superficiales. Propias de individuos condescendientes, ignorantes de todo aquello que no les afecta.

-      -  Joven, inteligente, con toda la vida por delante… Que tragedia, una pérdida verdaderamente terrible.
-       -   Ya lo creo. Quizás él no lo sentía de ese modo. Los chicos de hoy en día cada vez tienen más complejos, nunca se ven lo suficientemente bien.

Así, falsa preocupación en boca, previa a marcharse cada una por su lado igual que habían venido, guiadas por el ´qué dirán`, por salvar su imagen, hablaban dos mujeres algo ‘barrocas’. Por llamarles algo.

Nadie me entendía. Nadie conocía aquella sensación de los últimos días. Nadie.

Para ellos era imposible. No podían siquiera imaginar con sus lógicas mentes rutinarias la gravedad, la profundidad, de aquel sentimiento que me llenaba en aquel entonces.

Aunque, ¿quién sabe?, tal vez mis palabras puedan tratar de reflejar lo que mi corazón sentía.

Es más o menos como sigue.                       

¿Sabéis esa sacudida que nos recorre la espalda, intensa, eléctrica, vibrante, cuando besamos a esa persona? ¿O la calidez de su pequeño cuerpo junto al tuyo cuando el frío cala tus huesos? ¿Sois capaces de plasmar en vuestra mente cada instante, cada palabra, cada mero susurro al oído emitido por su voz, dulce y apasionada al mismo tiempo?

¿O ese temblor en las piernas o en el labio que traiciona nuestras palabras? Si conocéis todo eso, sois ciertamente afortunados, mucho. Con eso podréis haceros una idea, vaga y lejana, tristemente, de lo que para mí suponía simplemente verla durante un centésima de segundo.

Yo no podía tocarla, ni hablarle cara a cara. No podía pasear cogido de su mano por la orilla del mar, ni acariciar su pelo dormido en mi regazo.

Hablar con ella durante apenas unos minutos al mes a través de una pantalla de plástico, mientras el particular e irritante sonido del Skype nos acompañaba era todo lo que podía conseguir.
Todos esos privilegios de las parejas normales no estaban a mi alcance. Y los anhelaba con toda mi alma.

Por eso, cuando ella me dejó, cuando se olvidó de mí, una envolvente y acogedora oscuridad se instaló a mi lado, tomándome poco a poco, engulléndome con los segundos que pasaban, cubriendo con su manto de miseria hasta los más ocultos recovecos de mi mente.

¿Y para qué seguir con esta pantomima entonces? ¿Convertirme en el mejor actor jamás visto, fingiendo durante cada instante de lo que me restaba de vida? ¿O ser consecuente conmigo mismo, con aquello que escondía mi corazón? La teatralidad no era lo mío. Tampoco la razón, por supuesto.

Así que bueno, aquí estoy. Pero por desgracia no me siento mejor todavía. Tendré que seguir buscándola por lo que sea este lugar en el que me encuentro. Volver a verla, quizás incuso tocarla.

“¿Podrían los muertos relacionarse con otros, interactuar, reír, llorar, cantar?”

No estaba del todo seguro, de hecho las dudas parecían apilarse en mi interior como la arena de un reloj, sin prisa pero sin pausa.


“¿Será posible hablar en persona en aquel lugar, sin barreras?, ¿o tendremos que seguir tirando de Skype? No lo sé.”



Concurso de relato romántico, 20 de Junio de 2013

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