“¿Por
qué hacer tal cosa? ¿Acaso valía la pena entregar tu vida a tan absurda razón?”
Esas eran las primeras preguntas que surgían. Comunes y ajenas, burdas y
superficiales. Propias de individuos condescendientes, ignorantes de todo aquello
que no les afecta.
- - Joven, inteligente, con toda la vida
por delante… Que tragedia, una pérdida verdaderamente terrible.
- - Ya lo creo. Quizás él no lo sentía de
ese modo. Los chicos de hoy en día cada vez tienen más complejos, nunca se ven
lo suficientemente bien.
Así,
falsa preocupación en boca, previa a marcharse cada una por su lado igual que
habían venido, guiadas por el ´qué dirán`, por salvar su imagen, hablaban dos
mujeres algo ‘barrocas’. Por llamarles algo.
Nadie
me entendía. Nadie conocía aquella sensación de los últimos días. Nadie.
Para
ellos era imposible. No podían siquiera imaginar con sus lógicas mentes
rutinarias la gravedad, la profundidad, de aquel sentimiento que me llenaba en
aquel entonces.
Aunque,
¿quién sabe?, tal vez mis palabras puedan tratar de reflejar lo que mi corazón
sentía.
Es
más o menos como sigue.
¿Sabéis
esa sacudida que nos recorre la espalda, intensa, eléctrica, vibrante, cuando
besamos a esa persona? ¿O la calidez de su pequeño cuerpo junto al tuyo cuando
el frío cala tus huesos? ¿Sois capaces de plasmar en vuestra mente cada instante,
cada palabra, cada mero susurro al oído emitido por su voz, dulce y apasionada
al mismo tiempo?
¿O
ese temblor en las piernas o en el labio que traiciona nuestras palabras? Si
conocéis todo eso, sois ciertamente afortunados, mucho. Con eso podréis haceros
una idea, vaga y lejana, tristemente, de lo que para mí suponía simplemente
verla durante un centésima de segundo.
Yo
no podía tocarla, ni hablarle cara a cara. No podía pasear cogido de su mano
por la orilla del mar, ni acariciar su pelo dormido en mi regazo.
Hablar
con ella durante apenas unos minutos al mes a través de una pantalla de
plástico, mientras el particular e irritante sonido del Skype nos acompañaba
era todo lo que podía conseguir.
Todos
esos privilegios de las parejas normales no estaban a mi alcance. Y los
anhelaba con toda mi alma.
Por
eso, cuando ella me dejó, cuando se olvidó de mí, una envolvente y acogedora
oscuridad se instaló a mi lado, tomándome poco a poco, engulléndome con los
segundos que pasaban, cubriendo con su manto de miseria hasta los más ocultos
recovecos de mi mente.
¿Y
para qué seguir con esta pantomima entonces? ¿Convertirme en el mejor actor
jamás visto, fingiendo durante cada instante de lo que me restaba de vida? ¿O
ser consecuente conmigo mismo, con aquello que escondía mi corazón? La
teatralidad no era lo mío. Tampoco la razón, por supuesto.
Así
que bueno, aquí estoy. Pero por desgracia no me siento mejor todavía. Tendré
que seguir buscándola por lo que sea este lugar en el que me encuentro. Volver
a verla, quizás incuso tocarla.
“¿Podrían
los muertos relacionarse con otros, interactuar, reír, llorar, cantar?”
No
estaba del todo seguro, de hecho las dudas parecían apilarse en mi interior como
la arena de un reloj, sin prisa pero sin pausa.
“¿Será
posible hablar en persona en aquel lugar, sin barreras?, ¿o tendremos que
seguir tirando de Skype? No lo sé.”
Concurso de relato romántico, 20 de Junio de 2013
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